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Un libro de poemas rescatado del olvido

  • Foto del escritor: Giuseppe Badaracco
    Giuseppe Badaracco
  • 11 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Provocaste mi lágrima es un compendio de poemas y canciones escritos en mi adolescencia, más precisamente entre los dieciséis y los dieciocho años de edad. Fue planeada su edición a través del sello Editores del Litoral de Concordia (Entre Ríos) e incluso hubo un anteproyecto de ley que una diputada de la legislatura correntina había presentado para financiar la misma, siendo que iba a distribuirse gratuitamente un ejemplar del libro a cada biblioteca de la provincia. Pero la intervención federal que recayó sobre Corrientes a inicios de la década de 1990 frustró la publicación y el manuscrito se perdió en los talleres gráficos durante mucho tiempo. Antes de fallecer, el propietario de la imprenta logró encontrarlo y, muy apenado por no haber podido concretar el proyecto me lo devolvió, deseándome que algún día lo editara.

Versos de tierra adentro

A pedido de varias maestras correntinas, hoy decido hacerlo conocer. Son versos tiernos, cuasi adolescentes que conservan la pureza de las emociones vividas. La selección también integra mis primeras canciones, todas musicalizadas por mi padre, y varias de las cuales se transformaron en caballitos de batalla de los festivales folclóricos de la región. Por momentos los versos entremezclan guaraní y castellano, pero en cada caso, una oportuna referencia ayuda al lector no conocedor del idioma nativo a comprender lo que está escrito.

Te regalo un fragmento del libro que ya puedes descargar desde Amazon en su versión digital o solicitar la edición impresa en el mismo sitio y recibirla cómodamente en tu domicilio. El texto que he elegido compartir ahora es el poema Indio, ubicado entre las páginas 21 y 23 de la primera parte de la obra:

Indio

Cinco lunas caminaste por los senderos del Chaco. Tenías en cada alforja un secreto y otros tantos. Tus manos moldean la arcilla al parir cada cacharro con perfección heredada de los abuelos matacos.

El río lavó en tus ojos un silencio muy amargo que no alcanzó a lagrimear pues no conoces el llanto. Curtiste tu piel madera al cumplir los siete años; exterminaron tu tribu los piadosos hombres blancos, y ya no tienes familia por eso sigues andando.

Se liberó el colibrí de tu danzar embrujado, olvidaste en una ronda el cancionero dorado del ancestral aborigen que en las líneas de tus manos supo leer el futuro justificando el pasado.

El poncho de la tristeza abrigó tu ser honrado cuando padeciste hambre por no cazar un venado ya que es hijo de la Tierra y por lo tanto, sagrado. La flor plateada del monte está dormida en tu canto.

Cuando llegaste a la feria que armaron los artesanos cerquita de Barranqueras y expusiste tus trabajos, se encendieron las cigarras de dos párpados cansados que esperaban les compraran el producto del trabajo en el oficio elegido, en el oficio adorado.

No te acompañó la suerte y precisabas el centavo. Te miraron con desprecio: —Es un indio de los tantos que ensucian nuestra ciudad con sus deformes canastos y se emborrachan después con la plata que les damos.

Vas por el mismo sendero que te trajo ilusionado. Caminarás cinco lunas cabeza gacha, sin ánimos. Las canas en tu cabeza anidan como los pájaros, pero yo sé que estás triste solamente porque el llanto se derramó por tu rostro y nunca habías llorado.

Cuando el ocaso se advierte en las iglesias del Chaco un puñal de codornices dan su silbido al verano. Cuatro lágrimas saladas sobre tus huellas quedaron… un lejano algodonal cobijó el recuerdo amargo: al fin y al cabo, sabías que sólo eras mataco.


 
 
 

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