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La primera Navidad sin ti

  • Foto del escritor: Giuseppe Badaracco
    Giuseppe Badaracco
  • 7 feb 2019
  • 4 Min. de lectura

El taxi arribó al aeropuerto pasadas las 10 p. m. de aquel veinticuatro de diciembre de dos mil catorce. Apenas descendió del vehículo, Giovanni apuró sus pasos en dirección a la ventanilla de la compañía a la que adquirió el boleto esa misma mañana a través de internet para realizar el Check-in de rigor. Era la única empresa que milagrosamente tenía vacante un lugar y en primera. Por eso no dudó en comprar el boleto, poco le importaba que ese vuelo saliera para Jamaica. Le daba absolutamente lo mismo que el destino fuese Suiza, Japón o Nueva York. Giovanni no quería viajar. Lo que Giovanni quería era desaparecer en nochebuena, no quería estar en ningún lugar preciso cuando den las doce, no quería brindar ni saludar a nadie por compromiso, porque con la única persona que quería estar ya no podía. La única persona que amaba y con quien ansiaba pasar esa navidad había fallecido hace nueve meses. Giovanni sólo quería llorar.

Cuando por fin llegó a la ventanilla de la compañía en la que viajaría esa madrugada se sorprendió al encontrar una fila de apenas diez o doce personas para registrarse y despachar el equipaje.

«“¿Acaso el avión no sale a la 1 a. m.?”, pensaba. “Me dijeron que era el último pasaje disponible para Kingston, se supone que el avión iría repleto, ¿o será que se completa en la escala que hace en São Paulo? Sí, eso debe ser… bueno, por fortuna hay poca gente, así nadie me molestará cuando den las doce si es que aún no hemos embarcado».

Era el último en la fila de aquel pequeño grupo de pasajeros caricaturescos que, como todo viajero que planea pasar navidad en un aeropuerto, debe tener alguna herida en el alma que no ha cicatrizado o bien, una ingenua emoción pletórica de felicidad que lo embarga y lo lleva a viajar a un destino buscado el único día que consiguió pasaje, y por ello se apresta a pasarla lo mejor posible en compañía de extraños. Pero si alguno de ellos pertenecía a este segundo grupo, que no pensara que iba a contar con Giovanni para su improvisada celebración. Él ya lo tenía todo planeado de antemano. Si aún no embarcaban, quizás estaría dormido, recostado en alguna butaca usando como almohada su bolso de mano. Si ya estaban a bordo, le diría a la azafata a poco de subir que iba a tomar un medicamento y que posiblemente se dormiría, que no lo despertara ni siquiera para saludarlo y ofrecerle la copa de champán que de seguro obsequiaría la empresa por la ocasión, y así cuando llegara a destino ya su objetivo se habría cumplido.

El Check-in de cada pasajero demoraba más de lo habitual esa noche en la que los empleados parecían ligeramente fastidiados al tener que trabajar en nochebuena, lejos de sus familias y sus seres queridos y quizá pensando qué bien la estarían pasando todos en sus hogares. Por fortuna, una dulce voz romántica se escuchaba por los altavoces con el típico programa radial navideño, pero no se escuchaban villancicos sino música suave de otras épocas y la locutora, decidida a ser protagonista del momento decía con un marcado acento peruano:

«Emyl Radio le da las buenas noches y se propone acompañar a quienes se sienten solos en esta nochebuena. Nuestra propuesta es quedarnos juntos hasta después del brindis mientras esperamos que el Niño Jesús renazca entre nosotros con alegría».

Cuando Giovanni terminó los trámites exigidos para poder abordar su vuelo, tomó su bolso de mano y decidió alejarse lo más posible de aquel histriónico grupo de pasajeros que, créase o no, estaban todos reunidos dispuestos a esperar la navidad en grupo como si fuesen amigos de toda la vida. Incluso algunos ya comenzaban a cantar Noche de Paz.

«“¡Como si realmente lo fuera!”, se lamentaba internamente mientras se alejaba de aquel cardumen de celebrantes dirigiéndose a un enorme ventanal por donde podía observar el arribo y el despegue de las aeronaves».

Su familia no le perdonaría su ausencia esa noche. Descendía de italianos, y es bien sabido que los tanos aun cuando estén peleados todo el año, se amigan sorpresivamente para esta fecha y se reúnen al lado de la comida. Pero Giovanni no tenía ánimos de celebrar. No quería que se dieran cuenta que seguía con su herida en carne viva, que había comenzado a alucinar y veía a Lucas por todas partes. Incluso allí mismo, en el aeropuerto. Estaba seguro de que el ánima de Lucas lo seguía, pues lo extrañaba tanto como él… y esperaba el momento del reencuentro.

Se acomodó en una butaca cómoda desde la cual podía observar la pista de aterrizaje, abrió su bolso, tomó uno a uno los comprimidos que el psiquiatra le había recetado para alejar sus alucinaciones y los introdujo en su boca. Cuando el ligero mareo producido por el efecto de la droga comenzó a agudizarse y el sudor llegó a sus manos y su frente pudo verlo... Bello como siempre, sentado a su lado como un ángel guardián, esperándolo y rogando reencontrarlo antes que den las doce. Y se quedó dormido mientras tenía el más romántico de los sueños.

Luego que la dulce voz femenina de la radio saludó desde los altoparlantes deseando feliz navidad, se solicitó a los pasajeros de Aero-Jamaica abordar por la puerta 9. Todos notaron que aquel hombre que había preferido quedarse solo y alejado del grupo se había dormido. Una de las muchachas que tomaría el mismo avión decidió acercarse y despertarlo. Lo encontró aferrado a la fotografía de un joven, pero no pudo reanimarlo. Desesperada salió en búsqueda de la seguridad aeroportuaria creyendo que estaba desmayado.

Una mujer policía encontró una carta de despedida para su familia que estaba oculta en su bolso y al leerla supo exactamente lo que había pasado. Sólo atinó a acariciar su cabellera mientras dijo:

—Ojalá lo hayas reencontrado. Feliz navidad muchacho. —Y una lágrima comenzó a descender por su mejilla.


 
 
 

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