Una de culpas
- Giuseppe Badaracco
- 22 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Los secretos de familia arremeten con el poder de las voces internas y el valor de lo dicho cobra a veces tanta fuerza como lo no dicho. He visto con deleite Una de culpas, la obra dirigida por Hernán Sfiligoy anoche en la sala de teatro Bambalinas. No conocía el lugar, es la primera vez que asisto, y realmente me impactó el espacio… Pequeño, cálido, aromatizado, musicalizado y para un grupo de pocas personas.
Justamente la música y los aromas cobran vida en esta obra en la que el público está tan próximo a los personajes (la ausencia de un escenario tiene su impronta). Si bien los actores no interactúan con el público, se los siente parte del grupo y produce la sensación de que todo está sucediendo entre nosotros, no distante, sino aquí mismo y en nuestro interior, y por momentos uno parece introducirse en el desarrollo. Es que todos, en el fondo, criados mayormente en el seno de una familia judeocristiana tenemos demasiadas culpas, o las tuvimos, y puedo asegurar que ellas afloran, otra vez, desde el lugar en que actualmente se alojan y nos hacen reflexionar.
La excesiva religiosidad como método para ocultar un ¿pecado? lleva a los personajes a vivir al límite entre la realidad y la paranoia. Incluso los rituales con los que intentan amortiguar el peso que ese ¿pecado? les ha causado en la vida a todos, a quienes saben y a quienes no, genera momentos de excesiva tensión que rayan en lo border. Y es que cuando el velo transpersonal se corre un poco, solo los expertos pueden separar la patología de la experiencia mística. En ello nos sumergimos prácticamente toda la hora que dura la función; entre rezos a vírgenes culposas y deseos ardientes reprimidos, la necesidad de autosatisfacerse solo es lograda al cubrir el rostro de lo que se considera sagrado y… el silencio, el sonido, el grito desgarrador con el que inicia una historia fuerte nos alerta ya de arranque que bien pudo ser el real ¿pecado? de alguna persona. El lector atento habrá advertido que escribí pecado varias veces como cuestionándome. Y sí. Va entre signos de interrogación a propósito. No es error ni ingenuidad. ¿Puede ser pecado amar? Aparentemente sí, o no, no lo sé. No soy quién para juzgarlo. Lo cierto es que ese ¿pecado? generó una histórica avalancha de culpas y posiblemente siga generándoles a muchas personas en la actualidad.

Con Dahiana Vega, actriz que interpreta a Judith.
La ambientación también merece un párrafo. Entre gasas y velas, un oratorio nos recibe descubierto y ya nos impacta de entrada. Ya va preparándonos o si se quiere sugestionándonos para lo que se vendrá, que es mucho. Un espejo oculto que solo se descubre en los momentos en los que hace falta mirarse en profundidad, y no precisamente el rostro. Y un pequeño acopio de elementos, apenas los necesarios, que serán muy útiles en el desarrollo de la función. Pero insisto en los sonidos, la música y los efectos… Las luces con sus giros y sus juegos, y los aromas. Un teatro con aromas. Jamás estuve en una función aromática, y está científicamente probado que los aromas incitan a los recuerdos. Bien pensado ese detalle, que no es menor, por cierto.
Una fuerte denuncia. Una advertencia. Un llamado a la reflexión y un mensaje que seguirá resonando en mí y en todas las personas que llenaron la sala anoche, posiblemente hasta el final de nuestros días. Magistralmente interpretado por todos, especialmente por las actrices que dan vida a Judith y Abigaíl, quienes no le envidian en nada a las buenas actrices dramáticas que tiene el país y bien merecen ser parte de las filas de las grandes compañías teatrales de Argentina. Les auguro un hermoso futuro chicas, sigan adelante que les sobra talento.
Anoche viví un momento especial. Fue hermoso reencontrarte entre el público querido amigo, Cristian Ezequiel Martínez (Tacu), hermano de tantas caminatas; atento como tu lente, visiblemente conmovido como todos los que allí estábamos.
Una de culpas es un nuevo golazo de media cancha, como los que nos tiene acostumbrados Hernán Sfiligoy con sus puestas impecables; una obra que celebro haber presenciado en una pequeña y cuidada sala de Corrientes a la que me gustaría volver. Será entonces, hasta la próxima.
Giuseppe Badaracco,
Escritor argentino.
Autor del bestseller “No pude decirte adiós”
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